Pasos Sordos

La discusión se tornaba agresiva e incontrolable. Nuestras vidas habían perdido el objetivo común, solo quedaba el enemigo que me hería hasta la muerte. Tras gritos salí corriendo de la casa con un dolor en la cabeza punzante que me hacía tropezar con el mundo. Poseído por la íra acumulada, me monte en el carro, aceleré y aceleré hasta cuando apenas pude ver frente a mi el parabrisas de un carro, trate de evitarlo desviando la dirección del carro, pero en segundos un torrente de sangre se vino a mi cabeza y ya no pude ver, fue cuando un golpe seco que me dejo inconsiente. 

Luego dentro y fuera de mí, perdido en el recurrente intento por encontrar un punto de referencia para orientarme, desde la posición en que me encontraba, percibí que nunca antes había escuchado mejor, estaba siendo visitado por voces ajenas que describían una especie de angustia rasgada por lo peor. Mi respiración estaba débil y el halo fugaz de vida parecía alejarse. 

Entonces, una mujer, un hombre quizás mayor, abismados en su propio susto, y el grito silencioso. Por segundos pude distinguir algo, eran zapatos pequeños calzados por pies delicados, bien cuidados, seguramente una mujer joven con un perfume suave, a su lado, zapatos sucios, con olor a amoníaco, se me ocurría que eran de algún vagabundo, detrás unos zapatos negros de cuero, brillantes, tan brillantes que dejaron reflejar el sol y éste replicó molesto, desprendiendo un destello profundo, que precipito a mi mente el fondo negro con estrellas centelleantes. Se agitó la multitud, más intensos se hacían los sonidos producidos por el roce de los zapatos contra el piso, más rápido, se detienen, se acercan.

Del alboroto escuché con desesperación maternal a una mujer, quién no paraba de decir: "Un médico, llamen un médico por favor". Ciego y confundido, sentí mi cuerpo liviano e impenetrable. Y la gente, continuaba corriendo de un lado para el otro, dejando escapar su asombro ¡Oh! Fue cuándo entonces me uní al evento, eso sin permitirme perturbar a nadie, al unísono seguí la dirección común de todos y mire hacia el piso, para encontrarme con lo que llenaba de espanto y lástima a todos.

Tirado en el piso se encontraba un hombre blanco, de unos 33 años de edad, de espeso cabello negro, contextura gruesa, reposando sobre una laguna de sangre, acompañado por pedazos de su cuerpo, y del carro que lo había traído hasta éste su destino, yacía chocado al píe del paredón, donde quedo una profunda cicatriz y el asfixiante olor a freno quemado. Junto al carro la cabeza descompuesta con la mejilla apoyada sobre el pavimento caliente. Los curiosos saciados se alejaban, entonces pude acercarme un poco, me acerque más quizás podría tratarse de alguien conocido, sí, lo reconocí inmediatamente. El hombre desangrado, el pobre infeliz. "¡Soy yo!", "Estoy muerto".


Comentarios sobre el relato: "Cuento demasiado breve, una idea buena para un cuento pero sin desarrollar.  Es casi un texto poetico en prosa, pero carece del desarrrollo narrativo propio del cuento. La expresion es muy lograda, con la concision propia de la poesia". (Comentario según Enrique Fernandez del Proyecto Sherezade).


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Página creada: 10/02/2000

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