Fuera y Afuera
Estaba ansiosa,
esperaba que
el timbre de la puerta sonará. Pensé
será que este
año el viejo cartero no tiene ningún paquete para mí. De pronto por entre las cortinas de la
ventana pude ver que era él y un súbito
escalofrío me paralizó por segundos. Impaciente, el viejo insistió y por
segunda vez volvió a tocar el timbre, fue cuando reaccioné y me dirigí hacía la
puerta. Con la acostumbrada amabilidad el cartero me entregó el sobre y me dijo:
Este año le llego un gran paquete, señora. Tras cerrar la puerta tomé una carta de
dentro del paquete y solo pude alcanzar a leer la fecha de envío "16 de junio de
1998". Mi mente comenzó a desempolvar todo el pasado y los recuerdos de mi infancia
junto a Isabel.
¡Que tonta
! recuerdo que cuando me enfermaba la llamaba incesante "Isabel, Isabel" como
si se tratara de la medicina para sentirme bien. No contaba con
que algún día Isabel y yo nos íbamos a separar. Y cuando cumplí 15 años, aquella gran
fiesta llena de flores y mi hermoso vestido color rosa, los zapatos de tacones. Todo
para la más encantadora quinceañera del pueblo, decía mi madre. En ese tiempo, fue
cuando conocí a Juan Pablo mi compañero para el baile principal y al que algunas veces
descubrí desbocado intercambiando miradas con mi hermana, que lucía un sencillo vestido
color azul cielo que dejaba ver su figura delgada, bien formada.
Las dos ingresamos a la misma
universidad y un día mientras estudiábamos hasta muy tarde, le pregunte si le
gustaba algún chico, ella no me respondió, entonces le pregunte por segunda
vez, directo al grano. ¿Te gusta Juan Pablo, Isabel?. Sin perder el contacto
visual, me respondió casi a gritos Y qué importa si me gusta alguien, qué importa
lo que siento, yo soy solo una mentira. Y rompió a llorar. Fue la primera vez en toda mi
vida que vi a Isabel tan descontrolada, había perdido la serenidad que siempre mostraba,
sus ojos cambiaron y se tornaron violentos, desesperados y reprimidos. Al día siguiente
Isabel le hizo saber a mi madre que quería ir a vivir con unos parientes en otra
cuidad. Isabel
le hacía una petición a mamá y no le dejó espacio para una negativa. Cuando me enteré
de la decisión de Isabel me entristecí un poco, seguramente la iba a extrañar.
Sin embargo cuando Juan Pablo se enteró enloqueció con la noticia, fue corriendo a
preguntarle a mi madre por Isabel, estaba
tan desesperado y confundido no podía entender nada de lo que pasaba.
A los pocos meses después de la partida de
Isabel comenzaron los preparativos de mi boda con Juan Pablo y mi madre le envío una
carta a Isabel notificándole que debía asistir sin remedio, pero Isabel nunca le
contestó, ni mucho menos asistió al acontecimiento que tanta desdicha le causaba. Sin
embargo fue una bonita boda, yo lucia radiante y feliz como todas las novias y mi madre
una vez más lloraba conmocionada por la alegría. En la fiesta nadie se fijó que Isabel
no asistió, creo que solo lo notó Juan Pablo. Desde entonces nuestras vidas se
separaron, mi madre murió y ni siquiera ese día volví a ver a mi hermana".
Sibitamente retomé la lectura de la carta, que contenía
una hermosa poesía y mientras la leía no pude contener el llanto.
"Mis esposos todos los que quise. Me case
con la paciencia, el dolor y la entrega.
El esposo de la mañana exigía que le hiciera
despertar feliz, el de la tarde pedía que lo refrescara de tanto calor, y el de la noche
quería una dosis de excitación para luego dejarse arrastrar por el cansancio y dormir.
Y los hijos fruto de la entrega, el espejo de
nuestras almas, el sentido de continuidad y el estímulo para continuar amando. Mis buenos esposos hasta de mi cumpleaños se acordaban".
Al terminar de leer la poesía, sequé mis
lágrimas y recobré la postura para continuar revisando las otras cartas, una de ellas
decía: "Querida hermana, ahora me encuentro muy enferma y tengo muchas cosas que
decirte. Quisiera ir al pueblo para conversar contigo personalmente, pero mi tiempo se
acaba.
Desde que estuvimos juntas con mi madre hasta
hoy, lleve conmigo un gran secreto que me cegó de dolor y tristeza a tal punto de
renunciar a mi vida. Se que nunca comprendiste por qué mi madre me rechazó tanto y de
por qué mi encierro y mi partida del pueblo, debo decírtelo antes de morir. Un día
mientras limpiaba el cuarto de mi madre, me fijé en una caja donde guardaba muchas
cartas, una de ellas llamó mi atención, porque se veía muy maltratada,
no pude aguantar la curiosidad y me atreví y abrirla sin imaginarme que iba a encontrar la respuesta de mi desdicha.
La carta decía:
"Amada Sofía, siento que no podamos vernos nunca más, mañana debo partir y espero
que nuestro amor no deje frutos porque yo no estaré allí para recogerlos".
Ahora puedes entender por que partí del
pueblo y nunca regresé, no quería ver una vez más en los ojos de mi madre el reproche y
la rabia que le causaba mirarme y recordar que soy la hija de un amor
negado".
Durante treinta años Isabel no olvidó el pueblo, ni la
fecha de mi aniversario de bodas. El único contacto que quedo entre ella y yo fueron las
cartas. Pero ésta última poesía me hizo llorar. Ahora ellas están juntas y yo me
siento tan sola.
Comentarios sobre el relato: "Debo
decirte que de los tres trabajos literarios que conozco de tu autoría, sólo éste, Fuera
y Afuera, se acoge correctamente a la
técnica del cuento, pues le confieren al mismo un toque profundo, una carga de
sensibilidad que le favorece, por cuanto crea un mayor disfrute estético en el lector.
Para mí, es tu trabajo narrativo mejor logrado." (Comentario según Pedro Camilo,
escritor dominicano).