La Graduación

Lo que parecía ser el día más esperado, el sueño de alcanzar la meta, se
convirtió en una cicatriz que marcó para toda la vida los rostros y
corazones de todos los asistentes de la graduación del 1982  de la facultad de medicina.  Ese año según decía el director de la facultad, recogía la mejor cosecha de la escuela.  Fueron muchos los destacados, pero indudablemente Joaquín se había ganado el corazón y la admiración de todos, alumnos y profesores.

El día del acto de graduación los padres de Joaquín lo vieron subir al
estrado y recibir la medalla de honor.  Era único, amado y bendecido hijo y ese día honraba los esfuerzos de una familia pobre, abandonada por la suerte y asaltada por la carencia, que nunca pudo perturbar las esperanzas de dos viejos, de ver a Joaquín convertido en médico.  Nada más duro que el momento de verlo partir, pero alivió el dolor de sus padres, dejándole la promesa que lucharía como el más fuerte y llegaría a ser el mejor médico.  Mientras se alejaba, se escuchaba a gritos: Regresaré a curar las heridas de sus manos.  Joaquín cada mañana cuando despertaba y se preparaba para ir a la facultad, veía en el espejo la cara de su madre roída por la enfermedad, el cáncer que sin pena alguna exponía al sol, mientras sembraba las semillas de maíz.  Los ojos de Joaquín se enrojecían y luego levantaba su cara.

El día llegó, familiares y amigos juntos en la casa de Joaquín, el invitado
de honor, todos los asistentes emocionados levantaban sus copas, brindando por el éxito y futuro de los nuevos médicos que saldrían a la calle con una profesión noble y a la vez dura.  De pronto, mientras chocaban las copas, una de ellas se rompió y de la mano que la aguantaba se dejó ver un hilo de sangre que no pareció gran cosa. Sin embargo, la madre de Joaquín se impresionó mucho, la gota espesa y amarga recorrió la mano hasta llegar a la mesa, manchando los hermosos colores blanco y azul.  ¡Salud por los graduandos, salud!

Desde la calle se escuchaba toda la gente hablando al mismo tiempo, la
música no se opacaba con las risas y las expresiones eufóricas de los ya
médicos. Entonces Joaquín aprovechó un momento para salir al jardín: quería estar a solas para agradecer a la vida toda la dicha que sentía.  Luego de sus cavilaciones, fue  a ver cómo estaba el fuego de la parrilla.   Con el rostro excitado observó que éste mermaba casi hasta extinguirse.  Buscó a su alrededor, necesitaba algo para avivar el fuego; entonces tomó una botella que contenía gasolina y violentamente dejó caer el líquido sobre las cenizas aún palpitantes.  De inmediato, aparecieron las llamas.  Un gesto, un sonido.  En un segundo se produjo una explosión que dejó sin vida  al mejor hijo, al mejor alumno, al mejor médico.


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Página creada: 10/02/2000

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