Luego dentro y fuera de mí, perdido en el recurrente intento por
encontrar un punto de referencia para orientarme, desde la posición en que me encontraba,
percibí que nunca antes había escuchado mejor, estaba siendo visitado por voces ajenas
que describían una especie de angustia rasgada por lo peor. Mi respiración
estaba débil y el halo fugaz de
vida parecía alejarse.
Entonces, una mujer, un hombre quizás mayor, abismados en su propio
susto, y el grito silencioso. Por segundos pude distinguir algo, eran zapatos pequeños
calzados por pies delicados, bien cuidados, seguramente una mujer joven con un perfume
suave, a su lado, zapatos sucios, con olor a amoníaco, se me ocurría que eran de algún
vagabundo, detrás unos zapatos negros de cuero, brillantes, tan brillantes que dejaron
reflejar el sol y éste replicó molesto, desprendiendo un destello profundo, que
precipito a mi mente el fondo negro con estrellas centelleantes. Se agitó la
multitud, más intensos se hacían los sonidos producidos por el roce de los zapatos
contra el piso, más rápido, se detienen, se acercan.
Del alboroto escuché con desesperación maternal a una
mujer, quién no paraba de decir: "Un médico, llamen un médico por favor".
Ciego y confundido, sentí mi cuerpo liviano e impenetrable. Y la gente, continuaba corriendo de un lado para el otro, dejando
escapar su asombro ¡Oh! Fue cuándo entonces me uní al evento, eso sin
permitirme perturbar a nadie, al unísono seguí la dirección común de todos y mire
hacia el piso, para encontrarme con lo que llenaba de espanto y lástima a
todos.
Tirado en el piso se encontraba un hombre blanco, de unos 33 años de
edad, de espeso cabello negro, contextura gruesa, reposando sobre una laguna de sangre,
acompañado por pedazos de su cuerpo, y del carro que lo había traído hasta éste su
destino, yacía chocado al píe del paredón, donde quedo una profunda cicatriz y el
asfixiante olor a freno quemado. Junto al carro la cabeza descompuesta con la mejilla
apoyada sobre el pavimento caliente. Los curiosos saciados se alejaban, entonces pude
acercarme un poco, me acerque más quizás podría tratarse de alguien conocido, sí, lo reconocí
inmediatamente. El hombre desangrado, el pobre infeliz. "¡Soy yo!",
"Estoy muerto".